Quizás no me dure mucho, pero creo que voy a volver a darme al blog.
I haven't had a coffee in 15 days.
Sin contar algún que otro tiramisú... ¿Dos? Y uno era de té verde.
Sundays under the rain in a Spanish provincial town.
Dejar a Yan en el minibus hacia el aeropuerto de Matacán, conducido por un vejete que no se tiene en pie.
I would have said Godforsaken town, if it weren't for the fact that old folks head for church as I explore the façades of the old town center hoping to find the words "For Sale".
Y luego, como cada domingo, busco en idealista.com el ático perfecto, que no existe.
I'm not sad when he leaves, just empty, fresh-faced, washed clean like the cobbled steets and the wet vehicles.
Ya me he acostumbrado a ir y venir; es una forma de vida, poco ortodoxa, como podría serlo cualquier otra, rara.
Amazingly, it works.
Besitos,
M.
Sunday, November 14, 2010
Wednesday, August 11, 2010
Conducía un autobús
Conducía un autobús.
De esos pequeños, ni corto ni largo, no era ni minibus ni uno de esos con asientos cómodos; era uno de los antiguos, rechoncho, sin demasiado envoltorio, de los años ochenta, sin bandejitas de plástico para dejar la bebida, ni cinturón de seguridad. Tan sólo un cenicero metálico, negro y roto.
Yo buscaba mi mochila mientras ella conducía el autobús. Habíamos dormido en un chiringuito de la playa, en el suelo, sobre unas colchonetas de esas que se usan para hacer yoga o para tomar el sol. Habían preparado una excursión, o una fiesta, para veinte, o cuarenta, ya no recuerdo; sólo sé que yo había estado evitándole toda la tarde, hasta que vino a parar al mismo lugar de acampada que yo. Ni siquiera le saludé, y por la mañana me fui andando, creo que al aeropuerto, creo que por orgullo, o por miedo a lo conocido, y a lo desconocido, y a lo que hubiese venido después. A lo que nunca vendría, digo. Busqué mis mochilas, pero sólo encontré la verde y la pequeña, que es gris. La tercera estaba en el autobús, creo.
Recuerdo haber pensado que ignoraba que se hubiera sacado el permiso de clase B. Siempre había sido una niña muy dulce que conduciría un cochecito. Pero ya teníamos 22 años y ella conducía un autobús, aunque seguía estando gordita como en las fotos de antes, con el pelo largo y rubio. 22 añazos, y digo esto con seguridad, porque la mochila que yo buscaba era la azulona, la que se sujetaba con una cremallera a la mochilota de Mountain Equipment Coop. para hacer senderismo en las Rocosas que me había regalado el tío Bruce el verano anterior. No puedo perder ésa mochila, y tengo que llegar al aeropuerto.
El autobús se para, y le pregunto si tienen mi mochila, y hacia dónde van. Me dice que suba, que está todo controlado, monta, y déjate de salir por patas, María, busca tu mochila dentro, no puedes ir sola por la carretera al aeropuerto, en esta isla hay muchas playas, en qué estabas pensando, monta y cállate ya.
Como me hace ilusión verla, acepto. Le da al botón de abrir la puerta y allí están todos, las hermanas y todos los demás, y yo quiero bajarme nada más entrar. Decido quedarme detrás de la conductora y hablar con ella, pero me dice que me siente, que es peligroso ir de pie, que al fondo hay algún asiento libre. No quiero. Me estoy clavando la barra de la puerta del conductor en la cadera, pero no quiero sentarme detrás, porque sé quién estará allí y no me da la gana.
Hasta que alguien se da cuenta y viene a buscarme. Ya no me estoy clavando la barra de la puerta, al menos no en las caderas, what the hell. Estoy aplastada entre él y la puerta que separa a la conductora del resto del autobús. Y no es la barra quien se alegra tanto de verme. Mi mochila estará en alguna parte, voy a buscarla...
¿Habéis visto mi mochila? Llego hasta el fondo del autobús, donde me espera de nuevo, protestando porque no le he hecho ni caso. De nuevo esa sensación de saber todo sin decirse nada. Para ya de murmurar, le digo, sujetando su cara entre mis manos para explicarle, como si fuese un niño, ¿no ves que es imposible? Cuando uno es así, y el otro asá, hay incompatibilidad de caracteres. Ya, contesta, ya sé que no hay manera...
Miro hacia la ventana y allí está ella, escuchándonos, no sé quién coño estará conduciendo ahora este autobús pero tampoco me importa a estas alturas. Él parece no notar su presencia y me sonríe; yo me hago la ofendida, mi tono conlleva la emergencia de quien se siente atrapado: sé un caballero, ayúdame a encontrar mi mochila... quédate tú en el bus, si es esto lo que te gusta, pero échame una mano para que al menos yo pueda salir de una puta vez de aquí.
De esos pequeños, ni corto ni largo, no era ni minibus ni uno de esos con asientos cómodos; era uno de los antiguos, rechoncho, sin demasiado envoltorio, de los años ochenta, sin bandejitas de plástico para dejar la bebida, ni cinturón de seguridad. Tan sólo un cenicero metálico, negro y roto.
Yo buscaba mi mochila mientras ella conducía el autobús. Habíamos dormido en un chiringuito de la playa, en el suelo, sobre unas colchonetas de esas que se usan para hacer yoga o para tomar el sol. Habían preparado una excursión, o una fiesta, para veinte, o cuarenta, ya no recuerdo; sólo sé que yo había estado evitándole toda la tarde, hasta que vino a parar al mismo lugar de acampada que yo. Ni siquiera le saludé, y por la mañana me fui andando, creo que al aeropuerto, creo que por orgullo, o por miedo a lo conocido, y a lo desconocido, y a lo que hubiese venido después. A lo que nunca vendría, digo. Busqué mis mochilas, pero sólo encontré la verde y la pequeña, que es gris. La tercera estaba en el autobús, creo.
Recuerdo haber pensado que ignoraba que se hubiera sacado el permiso de clase B. Siempre había sido una niña muy dulce que conduciría un cochecito. Pero ya teníamos 22 años y ella conducía un autobús, aunque seguía estando gordita como en las fotos de antes, con el pelo largo y rubio. 22 añazos, y digo esto con seguridad, porque la mochila que yo buscaba era la azulona, la que se sujetaba con una cremallera a la mochilota de Mountain Equipment Coop. para hacer senderismo en las Rocosas que me había regalado el tío Bruce el verano anterior. No puedo perder ésa mochila, y tengo que llegar al aeropuerto.
El autobús se para, y le pregunto si tienen mi mochila, y hacia dónde van. Me dice que suba, que está todo controlado, monta, y déjate de salir por patas, María, busca tu mochila dentro, no puedes ir sola por la carretera al aeropuerto, en esta isla hay muchas playas, en qué estabas pensando, monta y cállate ya.
Como me hace ilusión verla, acepto. Le da al botón de abrir la puerta y allí están todos, las hermanas y todos los demás, y yo quiero bajarme nada más entrar. Decido quedarme detrás de la conductora y hablar con ella, pero me dice que me siente, que es peligroso ir de pie, que al fondo hay algún asiento libre. No quiero. Me estoy clavando la barra de la puerta del conductor en la cadera, pero no quiero sentarme detrás, porque sé quién estará allí y no me da la gana.
Hasta que alguien se da cuenta y viene a buscarme. Ya no me estoy clavando la barra de la puerta, al menos no en las caderas, what the hell. Estoy aplastada entre él y la puerta que separa a la conductora del resto del autobús. Y no es la barra quien se alegra tanto de verme. Mi mochila estará en alguna parte, voy a buscarla...
¿Habéis visto mi mochila? Llego hasta el fondo del autobús, donde me espera de nuevo, protestando porque no le he hecho ni caso. De nuevo esa sensación de saber todo sin decirse nada. Para ya de murmurar, le digo, sujetando su cara entre mis manos para explicarle, como si fuese un niño, ¿no ves que es imposible? Cuando uno es así, y el otro asá, hay incompatibilidad de caracteres. Ya, contesta, ya sé que no hay manera...
Miro hacia la ventana y allí está ella, escuchándonos, no sé quién coño estará conduciendo ahora este autobús pero tampoco me importa a estas alturas. Él parece no notar su presencia y me sonríe; yo me hago la ofendida, mi tono conlleva la emergencia de quien se siente atrapado: sé un caballero, ayúdame a encontrar mi mochila... quédate tú en el bus, si es esto lo que te gusta, pero échame una mano para que al menos yo pueda salir de una puta vez de aquí.
Friday, June 25, 2010
Pasado por agua
Llegará un día en el que encontraré inspiración en otros bares, en lápices rotos por otras aprendices y en el poemario de cualquier borracho que no me recuerde a ti. A lo mejor ésa noche estarás en otro mundo del que yo nunca formaré parte. Tronará. Me daré cuenta de que soy yo, no tú, quien siempre alimentó ése espíritu crítico. Sabré lo que buscabas y lo que no encontraste. Descubriré lo que no veías: entre otras cosas, a mí. Organizaré mis propias fiestas, sin honores ni parafernalias, ni un solo aplauso, no más que la sonrisa sin vítores tras sellar un trámite más. Un certificado médico diciendo que estoy sana. El anticlimax de un voto a mano alzada. Escribiré artículos como mejor sepa, y me leerán, pero no sabrán qué digo. Versarán mis garabatos de ética y no es algo que se explique en Sálvame Deluxe. Me dará rabia ser consciente de otras muchas cosas, eso sí; volver a verte, y que, ignorante, vuelvas a decir qué tal. Me dolerá mucho menos que antes, cada vez menos y poco. Podré tomarte el pelo y hablarte como en la radio. Contestaré preguntas, sin decir que sí, ni decir que no, observando, aprendiendo, acumulándolo todo. Experiencias, publicaciones y aquello que más me importa... aquello que no tenías, lo que ojalá buscases, lo que te faltará.
Sunday, June 20, 2010
Tuesday, March 9, 2010
Up in the air
Abrimos y cerramos fases, ciclos.
Llegamos a una madurez, avanzamos, nos estancamos, salimos, seguimos, aprendemos y nos vamos. Nos divorciamos, nos damos demasiado tiempo o menos del suficiente. On tourne la page éternellement. Volamos al siguiente aeropuerto de cualquier lugar del mundo y tomamos café con amistades pasadas, amantes, novios de varios años que fueron nuestros, que avanzan hacia otro sitio pero siguen oliendo igual.
La misma risa de Marta. Idénticas preguntas nerviosas del amigo de antaño. Y un viejo profesor de Historia de la Traducción me dice que todo es política y yo comienzo a entender. Otro, the Mad Hatter, me dice que tenga mucho cuidado in Wonderland. Uso la taza de té a la menta de Manu para calentarme las manos, pensando en el gesto, en la familiaridad adquirida de haber vivido con él. Tengo la impresión de que son todos amigos de mi infancia, en otro tiempo y un espacio surrealista. Si llamase Willy Fogg a la ventana del segundo piso de esta cervecería le hablaría sin sorpresa. Otro microcosmos, otra universidad y su parafernalia, a años luz. Y ésa sensación de que una vida es reinventable, pero que nunca se debe volver atrás.
Media década después, en el Mappa Mundo, o en un restaurante que se llama Fin de Siècle y al que esperaba llevarme por primera vez, me confiesa que no ha tirado el jersey verde. Que está solo y que hace frío en Bruselas también. Y yo le digo que soy feliz con mi vida en otro cosmos. Este sueño es mío.
Ya he estado en este restaurante, ¿sabes?
Y un "cuídate". Cuídate, niño. Yo ya no lo voy a poder hacer...
Llegamos a una madurez, avanzamos, nos estancamos, salimos, seguimos, aprendemos y nos vamos. Nos divorciamos, nos damos demasiado tiempo o menos del suficiente. On tourne la page éternellement. Volamos al siguiente aeropuerto de cualquier lugar del mundo y tomamos café con amistades pasadas, amantes, novios de varios años que fueron nuestros, que avanzan hacia otro sitio pero siguen oliendo igual.
La misma risa de Marta. Idénticas preguntas nerviosas del amigo de antaño. Y un viejo profesor de Historia de la Traducción me dice que todo es política y yo comienzo a entender. Otro, the Mad Hatter, me dice que tenga mucho cuidado in Wonderland. Uso la taza de té a la menta de Manu para calentarme las manos, pensando en el gesto, en la familiaridad adquirida de haber vivido con él. Tengo la impresión de que son todos amigos de mi infancia, en otro tiempo y un espacio surrealista. Si llamase Willy Fogg a la ventana del segundo piso de esta cervecería le hablaría sin sorpresa. Otro microcosmos, otra universidad y su parafernalia, a años luz. Y ésa sensación de que una vida es reinventable, pero que nunca se debe volver atrás.
Media década después, en el Mappa Mundo, o en un restaurante que se llama Fin de Siècle y al que esperaba llevarme por primera vez, me confiesa que no ha tirado el jersey verde. Que está solo y que hace frío en Bruselas también. Y yo le digo que soy feliz con mi vida en otro cosmos. Este sueño es mío.
Ya he estado en este restaurante, ¿sabes?
Y un "cuídate". Cuídate, niño. Yo ya no lo voy a poder hacer...
Monday, January 4, 2010
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