Wednesday, August 11, 2010

Conducía un autobús

Conducía un autobús.

De esos pequeños, ni corto ni largo, no era ni minibus ni uno de esos con asientos cómodos; era uno de los antiguos, rechoncho, sin demasiado envoltorio, de los años ochenta, sin bandejitas de plástico para dejar la bebida, ni cinturón de seguridad. Tan sólo un cenicero metálico, negro y roto.

Yo buscaba mi mochila mientras ella conducía el autobús. Habíamos dormido en un chiringuito de la playa, en el suelo, sobre unas colchonetas de esas que se usan para hacer yoga o para tomar el sol. Habían preparado una excursión, o una fiesta, para veinte, o cuarenta, ya no recuerdo; sólo sé que yo había estado evitándole toda la tarde, hasta que vino a parar al mismo lugar de acampada que yo. Ni siquiera le saludé, y por la mañana me fui andando, creo que al aeropuerto, creo que por orgullo, o por miedo a lo conocido, y a lo desconocido, y a lo que hubiese venido después. A lo que nunca vendría, digo. Busqué mis mochilas, pero sólo encontré la verde y la pequeña, que es gris. La tercera estaba en el autobús, creo.

Recuerdo haber pensado que ignoraba que se hubiera sacado el permiso de clase B. Siempre había sido una niña muy dulce que conduciría un cochecito. Pero ya teníamos 22 años y ella conducía un autobús, aunque seguía estando gordita como en las fotos de antes, con el pelo largo y rubio. 22 añazos, y digo esto con seguridad, porque la mochila que yo buscaba era la azulona, la que se sujetaba con una cremallera a la mochilota de Mountain Equipment Coop. para hacer senderismo en las Rocosas que me había regalado el tío Bruce el verano anterior. No puedo perder ésa mochila, y tengo que llegar al aeropuerto.

El autobús se para, y le pregunto si tienen mi mochila, y hacia dónde van. Me dice que suba, que está todo controlado, monta, y déjate de salir por patas, María, busca tu mochila dentro, no puedes ir sola por la carretera al aeropuerto, en esta isla hay muchas playas, en qué estabas pensando, monta y cállate ya.

Como me hace ilusión verla, acepto. Le da al botón de abrir la puerta y allí están todos, las hermanas y todos los demás, y yo quiero bajarme nada más entrar. Decido quedarme detrás de la conductora y hablar con ella, pero me dice que me siente, que es peligroso ir de pie, que al fondo hay algún asiento libre. No quiero. Me estoy clavando la barra de la puerta del conductor en la cadera, pero no quiero sentarme detrás, porque sé quién estará allí y no me da la gana.

Hasta que alguien se da cuenta y viene a buscarme. Ya no me estoy clavando la barra de la puerta, al menos no en las caderas, what the hell. Estoy aplastada entre él y la puerta que separa a la conductora del resto del autobús. Y no es la barra quien se alegra tanto de verme. Mi mochila estará en alguna parte, voy a buscarla...

¿Habéis visto mi mochila? Llego hasta el fondo del autobús, donde me espera de nuevo, protestando porque no le he hecho ni caso. De nuevo esa sensación de saber todo sin decirse nada. Para ya de murmurar, le digo, sujetando su cara entre mis manos para explicarle, como si fuese un niño, ¿no ves que es imposible? Cuando uno es así, y el otro asá, hay incompatibilidad de caracteres. Ya, contesta, ya sé que no hay manera...

Miro hacia la ventana y allí está ella, escuchándonos, no sé quién coño estará conduciendo ahora este autobús pero tampoco me importa a estas alturas. Él parece no notar su presencia y me sonríe; yo me hago la ofendida, mi tono conlleva la emergencia de quien se siente atrapado: sé un caballero, ayúdame a encontrar mi mochila... quédate tú en el bus, si es esto lo que te gusta, pero échame una mano para que al menos yo pueda salir de una puta vez de aquí.