Abría los ojos y había un tío del SCIC en el laboratorio que le decía a mis niños de cuarto que la simultánea requería los mismos esfuerzos que la consecutiva, pero 'en más rápido'.
Y a los niños de Conchita también se lo decía.
Luego soltaba un 'en base a' y se quedaba tan pancho.
Luego soltaba un 'en base a' y se quedaba tan pancho.
Sólo que en mi pesadilla el hombre no sabía decir 'esfuerzos' y lo llamaba 'lo que'.
Lo que se necesita para ser intérprete.
En la mitad derecha de la pizarra, 'lo que' él llamaba 'la conseca' en un intento de colegueo rejuvenecedor. En la mitad izquierda, la simultánea.
Igual que la conseca, pero más rápida.
Yo gritaba que según Gile, Collados, Pöchhaker, Hurtado y hasta según Felipe González aquello no tenía ni pies ni cabeza, pero estaba muda y no se me oían los ojos.
Yo gritaba cosas sobre la selección de contenidos y los peligros de la autoevaluación (¡ya lo repetía Martin hasta la saciedad en los cursos de doctorado!) y la didáctica y Kelly y la educación en valores y los chavales. ¿Quién se acuerda de los chavales?
¿Quién se acuerda de los chavales que estudian algo para lo que les estoy diciendo que NO valen y NUNCA tendrán trabajo?
Y lo digo y lo repito y no se me cae todavía la cara de vergüenza.
Sólo lograba que me escuchase Elena, pero no compartía mi opinión en absoluto, entre otras cosas porque esta vez nadie había pagado la comida.
Y yo me iba de su despacho cabizbaja, pero sabiendo que dejaba a mis espaldas a una gran intérprete.
Elena no compartía mi opinión, pero aceptaba mis besos. Yo se los daba sin darme cuenta, en realidad.
Luego me refugiaba en el despacho, sin Belén, porque se había ido a la Gran Manzana, y llamaba desesperada a mi director de tesis. Él sí me comprendía, lo que pasa es que además me convencía de cosas, de 'lo que' y tal, y eso me hacía pensar que quizás me estaba comprendiendo de mentirijillas. Además, hacía demasiadas preguntas sobre quién manejaba qué, en mi sueño. Por eso yo le contestaba a medias y tapaba mi escote con el teléfono.
Recurría entonces a Manu, que acababa de volver de la montaña. ¿Eres feliz? ¡Pero si lo tienes todo, Manu! ¿Qué te falta?
Y no me atrevía a decírselo, 'lo que' le faltaba. A decirle que todas las chinas son como todos los chinos, Claudio. Que no hay solución posible, imbécil. Escoge una y reprodúcete. Ya naciste, ya creciste. Desaparecerás, hubieses desaparecido, después, otra vez, como las cucarachas.
Aterrada, acudía al chat de gmail. Ya eran las seis y media de la mañana. Acababa de sonar el despertador de la Era Tesisuda. Sólo estaba Jose, traduciendo. Me decía que me quería, y yo sabía que en ése momento era verdad, pero luego ya no, y antes tampoco. Me decía que le ha vuelto a pasar con la nueva como con todas.
Yo le aconsejaba que leyese a Alexandre Jardin, creyéndome a pies juntillas mis palabras.
Porque si dejas de creer, Jose, te encuentras en el aeropuerto de Shanghai.
Dios existe sólo para el puto gilipollas que se lo cree. Las flores, lo mismo.
Y por fin aparecía alguien que me hacía sonreír durante cuatro meses.
Pero yo no podía contárselo a nadie, sólo porque la gente es muy mala.
Sólo por eso.
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