Mi padre siempre me decía que no era bueno escribir borracho. Sí que pintaba borracho, a veces, de madrugada. Eso le salía bien. Y, cuando sonaba el teléfono, no se daba cuenta. Tampoco es que sonara mucho el teléfono de madrugada.
Lo de escribir, ya no le salía tanto; le faltaba autocrítica. Recuerdo haber leído algún cuaderno en el que esculpía y escupía y todos le parecían ridículos salvo él. Mismo. Ego. Yo tenía doce años y algunas opiniones bastante formadas: demasiado vocabulario y ninguna perspectiva; cero duende. Son cosas que se tienen o que no se tienen... Como la visión espacial y el espíritu crítico. Cantidades y tamaños.
Hablando de duendes, hoy he acudido a una reunión.
Después, he ido a otra.
La primera ha sido en el laboratorio de interpretación. Presente, de cuerpo entero, y ausente de corazón. Alguien ha dicho, en la segunda, que hace falta destruirlo todo para construir algo duradero. No sabía yo hasta hoy que fuera o fuese desconstructivista.
Me veía lejos, pensando en la nieve sobre los tejados (chim-chimney chim) de París, en Yan esperando cinco horas en Charles de Gaulle a que saliese su vuelo. Yan llegando ahora mismo, de madrugada, a un Madrid bajo cero con huelga de taxis. Yan durmiendo en el aeropuerto tumbado en cualqueir banco hasta las seis de la mañana. Huelga de búhos. Yan cogiendo el primer metro. Borrachos que pintan su nombre en las esquinas con un chorro de... ¿pis?
Poesía. No soy yo quien tiene que luchar en ése frente, compañeras. ¡Guapas! Os doy besos, aplausos, solidaridad. Sólo faltaba. Si digo que me ha gustado es porque es verdad. Queremos ser el otro, y nos da por escribir.
Hablamos todos y nadie dice nada. Nos vemos de lejos, al otro lado del espejo. Nos reunimos.
Por mí bien. Sigan ustedes reinventando, reventando, la rueda, mientras yo me dedico a la objeción de conciencia, y a mis labores.
Friday, December 18, 2009
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