Thursday, December 6, 2007

Para mi amigo Gus

No tiene nada de malo aceptarlo.

Esta noche me siento sola.

Ya estaba en la cama, intentando conciliar ése sueño que desde hace (hostias) casi ya un año no cojo de la misma manera por una razón sencilla.

Una.

Razón.

Sencilla.

Me quedé sin estufilla.

;-P

Nunca me ha costado dormir sola. No era niña de monstruos bajo la cama.

Era más bien niña de escuchar años históricos de la literatura inglesa que flotaban con voz profunda y acento canadiense, escocés, irlandés, desde el aula de al lado mientras se me cerraban los ojitos.

Había un perro salchicha que se llamaba Gus que también escuchaba decir Stratford-Upon-Avon una y otra vez. Su ama se tenía que presentar a las oposiciones y, todas las noches, de nueve y media a diez y media, hacía como que estudiaba. Mi padre le hacía repetir eighteenth century hasta que ya no sonaba como Heidi Sin Turi.

Recuerdo haber pensado, metiendo la nariz con Gus por la ranura-de-luz-de-flexo bajo la puerta, que si los perros salchicha supiesen hablar lenguas, este ya hubiese aprobado hacía tiempo las oposiciones.

¿Os he contado alguna vez que nací en una escuela de idiomas?

Mi madre puso, al acabar filología, una academia privada en el piso alquilado donde vivíamos. De día, se daba clase. De noche, del mueble con estantería empotrada salía una cama.

Los juguetes, siempre en su cajón.

A las muñecas, de día, les gusta estar en su cesta.

En el mundo de las cosas colocadas.

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