Explicar esto sin decir nombres va a ser de coña.
A ver.
Érase una vez una hormiguita a la que le pasaban cosas en el ascensor de su hormiguero.
La primera cosa que le pasó fue que se encontró a un hormiguito famosete que le gustaba mucho, tanto tanto, que no pudo decirle nada.
Eso le pasó el verano pasado.
Pero es que resulta que hay más. Porque su hormiguero, me cago en la mar, parece el pasillo de una institución pública o algo.
La segunda cosa que le pasó en el ascensor del hormiguero fue ayer mismo, imagínense. Al ir a entrar, de repente salió del ascensor un enorme pie descalzo.
Resultó ser el dueño del gigantesco zapato del que les hemos hablado en una ocasión anterior.
La hormiguita temblaba. Los pies enormes, aunque descalzos estén más relajados, también pueden pisarte sin darse cuenta. Así que le pidió disculpas por no haber sabido jugar bien al escondite.
El pie descalzo se sorprendió. Luego contestó que con esos zapatones que lleva cuando no está descalzo, a veces es difícil controlar por dónde andas, aunque nunca se ponga zapatos que no sean de su talla. Y que no era culpa de la hormiguita el haber estado allí, justo debajo de su pie.
Que la culpa de estas cosas las tienen otros, aquellos que se ponen zapatos demasiado grandes, y no las hormiguitas currantas como ella.
No dijeron nada más; cuando algo huele a pies, todo el mundo se da cuenta. No hace falta preguntar quién se ha tirado el pedo.
Y la hormiguita se fue a su clase de danza del vientre sonriendo, contenta, porque lo que más le gusta de la semana es llegar, saludar a hormiguita Cris, y empezar el calentamiento. Es su momento zen.
Besitos,
M.
Wednesday, October 3, 2007
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